En la historia de la medicina costarricense hay nombres que marcan un antes y un después. Uno de ellos es el del Profesor Giuseppe Brunetti, un inmigrante italiano que llegó al país en 1885, después de una larga travesía en barco que lo trajo desde su Italia natal hasta Puerto Limón. No podía imaginar entonces que su curiosidad, su disciplina y su pasión por la ciencia lo convertirían en el padre de la radiología costarricense. Nacido en Italia, José Brunetti pertenecía a una generación de europeos movidos por la fe en el progreso y el conocimiento. En su nuevo hogar en Costa Rica, se dedicó a la docencia y a la experimentación científica, combinando su formación técnica con una sensibilidad humanista que lo llevó a aplicar los descubrimientos más recientes en beneficio de la sociedad.
En 1895, el profesor alemán Wilhelm Conrad Röntgen descubría los rayos X en la ciudad de Würzburg. La noticia se extendió rápidamente por el mundo, despertando la curiosidad de científicos y médicos. Brunetti comprendió de inmediato el potencial de aquel hallazgo y, tras años de estudio autodidacta y práctica experimental, consiguió algo extraordinario: en 1904 realizó la primera radiografía en Costa Rica, y probablemente en toda Centroamérica. Ese hecho marcó el inicio de una nueva era para la medicina del país. El impacto de su trabajo no pasó desapercibido. En 1907, el presidente de la República, don Cleto González Víquez, lo nombró representante de Costa Rica ante un Congreso internacional de Radiología en Roma, su patria de origen. Fue un reconocimiento a su labor como pionero y técnico experto, y al mismo tiempo un símbolo de los lazos científicos y culturales entre Italia y Costa Rica.
De regreso al país, Brunetti se dedicó no solo a la radiología, sino también a la fisioterapia y a la electroterapia médica, aplicando métodos innovadores para el diagnóstico y tratamiento de los pacientes. Colaboró con diversas instituciones, entre ellas el Hospicio de Huérfanos, la Cárcel del Buen Pastor y la Casa del Refugio, donde brindó atención a adolescentes en situación vulnerable. Su vocación era profundamente social: la ciencia debía estar al servicio del ser humano. En 1923, el Hospital San Juan de Dios —el más importante del país— adquirió su primer equipo moderno de rayos X, marca Victor de General Electric. Brunetti participó activamente en su instalación y funcionamiento, junto con su hija Virginia Brunetti y el técnico Rosendo Arias. Fue el inicio de un servicio que transformaría la atención médica costarricense.
Entre 1926 y 1927, se realizaron más de 3.000 radiografías y casi 900 radioscopías, cifras impresionantes para la época. La nueva especialidad pronto atrajo a jóvenes médicos formados en el extranjero, como el Dr. Benjamín Hernández Valverde, el Dr. Gustavo Odio de Granda, el Dr. José Cabezas Duffner y el Dr. Carlos de Céspedes Vargas, quienes continuarían la senda trazada por el maestro Brunetti y consolidarían la radiología como disciplina médica en Costa Rica.Los comienzos de la radiología fueron también tiempos de riesgo. Se desconocían los efectos de la exposición prolongada a la radiación, y muchos pioneros trabajaron sin protección.
José Brunetti fue uno de ellos. En los últimos años de su vida padeció radiodermatitis, una afección causada por la radiación acumulada durante sus investigaciones. Falleció el 21 de febrero de 1938 en San José, víctima de la misma energía que había explorado con tanto entusiasmo y valentía. Fue sepultado en el Cementerio General de San José. Tras su muerte, el gobierno y la comunidad médica reconocieron oficialmente a Giuseppe Brunetti como el precursor de la radiología en Costa Rica. En 1937, el Secretario de Salubridad Pública, Dr. Antonio Peña Chavarría, exaltó su labor en un discurso público, subrayando su entrega a la ciencia y a la patria que lo había acogido.
Su legado no solo se mide por los avances técnicos que introdujo, sino también por su ejemplo humano: el del inmigrante que, con trabajo silencioso y perseverante, cambió el rumbo de la medicina de un país entero.
Hoy, cada radiografía tomada en un hospital costarricense lleva, en cierto modo, la huella de aquel profesor italiano que soñó con hacer visible lo invisible.