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Monseñor Vittorino Girardi

La de Monseñor Vittorino Girardi es la historia de un gran viajero y hombre de academia, pero sobre todo de un gran misionero cristiano, que ha decidido dedicar su vida a los demás desde la adolescencia. Las misiones lo llevaron a viajar mucho ya vivir en diferentes lugares del mundo, hasta que un día llegó a Costa Rica, donde fue ordenado obispo y donde aún vive.

Vittorino nació en Italia, más precisamente en Lendinara, un pueblo de la provincia de Rovigo. Aquí completó sus estudios primarios y secundarios e ingresó al seminario de Rovigo a la edad de 11 años. Luego continuó sus estudios de filosofía y teología en Roma, en el seminario mayor de los combonianos y en la Pontificia Universidad Urbaniana. Don Vittorino afirma que nunca tuvo dudas sobre su futuro: su deseo siempre ha sido dedicarse a las misiones.

Su misión sacerdotal le permitió viajar mucho y desempeñar su papel en diferentes partes del mundo: en España, para formar seminaristas, en Kenia, como Rector del seminario «Los Apóstoles de Jesús» y en México, como Profesor en la Universidad Pontificia y Seminario Mayor Arquidiocesano.

En 1992, luego de pasar 11 años en México, recibió la orden de mudarse a Costa Rica, aquí en un principio debió reemplazar a un colega suyo que había fallecido recientemente, pero luego las diversas oportunidades que se le presentaron le permitieron quedarse. .

Don Vittorino dice que su primera impresión del país fue muy positiva, sobre todo después de su larga estancia en México. En aquellos años, en efecto, los sacerdotes de ese país no tenían derechos civiles, sino que figuraban como «ayudantes de contabilidad». En México, por tanto, no podía manifestar su ser sacerdote ni siquiera a través de la ropa.

Por eso, cuando llegó a Costa Rica se sintió gratamente acogido: había una relación serena entre el gobierno y la Iglesia y en este país encontró por fin un espacio donde podía trabajar con serenidad y tranquilidad.

Vittorino dice que los primeros nueve años en Costa Rica fueron muy intensos: trabajó tanto en la escuela como en el campo del apostolado directo y la predicación con los sacerdotes.

Luego de nueve años de intenso trabajo en el país, recibe un llamado inesperado de la Santa Sede: el Papa Juan II lo había nombrado obispo de la diócesis de Tilarán – Liberia, ubicada en el norte de Costa Rica.

Vittorino afirma que siempre pensó en ser misionero, pero nunca esperó convertirse en obispo. Esto, para él, fue un regalo inmenso. Luego siguió trabajando en el país otros 14 años, hasta que decidió jubilarse.

En ese momento tenía tres opciones: volver a Italia, quedarse en Costa Rica o reintegrarse a la familia comboniana.

Vittorino decidió quedarse y acercarse a los combonianos. Después de muchos años retomó su labor académica como profesor universitario, impartiendo clases en la Universidad Católica y en la Universidad Teológica de Centroamérica. A pesar de permanecer en Costa Rica por trabajo, nunca dejará de agradecer a esta nación por recibirlo cálidamente y hacerlo sentir inmediatamente como en casa.

Pero sus estudios en Italia fueron igualmente importantes para él: reconoce que le debe mucho a esos ocho años y medio de estudio en las universidades romanas. Hacia su país de origen siente una cercanía no sólo cultural y lingüística, sino también religiosa. «Soy lo que soy debido a Dios, pero, de hecho, también a Italia; a mi familia; a mis parientes; a mi parroquia; en mi seminario que inicié en Rovigo».

Vittorino describe el ambiente universitario romano como muy intenso y se siente sumamente agradecido con sus profesores, quienes le han brindado una formación completa.

Dice que regresa a Italia cada tres años para las vacaciones de verano. Aunque estos períodos de vacaciones son cortos, son muy importantes para él. Durante sus estancias en Italia, en efecto, encuentra un clima de acogida, de oración y de afecto.

Vittorino no percibe los lados negativos de Italia, sus defectos o sus limitaciones, pero ve una Italia a la que debe mucho por todo el apoyo, tanto moral como económico, que le ha brindado.

De hecho, tanto durante sus misiones en África y México, como durante su estancia en Costa Rica, recibió mucha ayuda económica de Italia. La diócesis de Tilarán – Libera era aún muy joven cuando Victorino fue nombrado obispo y por lo tanto necesitaba estructuras. Estas ayudas han sancionado aún más el vínculo muy fuerte que tiene con Italia, y Vittorino se siente extremadamente agradecido con su país por esto.

Cuando le preguntamos si cree que su negocio hubiera sido diferente si se hubiera quedado en Italia, Vittorino responde que habiendo pensado alguna vez en otra posibilidad, nunca imaginando estar fuera de este camino. Para él la decisión de hacerse misionero fue simplemente aceptar una invitación de Dios: “sal de tu tierra y vete a la tierra que yo te mostraré”. A menudo le pedían que diera un testimonio de su vocación. Vittorino, sin embargo, nunca supo cómo responder.

Su testimonio siempre ha sido tan simple, ya que siempre quiso ser misionero. No tuvo que enfrentar crisis particulares o dificultades en su camino, los únicos impedimentos que encontró fueron sus problemas de salud. A pesar de esto, continuó viajando y desempeñando su papel al máximo de sus habilidades.
Vittorino afirma que le debe mucho a cada uno de los países en los que vivió. Cada uno de ellos representó una etapa fundamental en su vida y en su carrera misionera, formándolo para formar lo que es hoy. A pesar de los muchos años que ha pasado por el mundo, Vittorino siempre se muestra agradecido con su país de origen, Italia, que representa una constante para él: lo formó, le dio numerosas oportunidades de crecimiento y lo sigue apoyando hoy en su compromiso como misionero. .
En cuanto a Costa Rica, siente mucha gratitud y cariño hacia este país, que le ha dado mucho más de lo que él le ha dado a su diócesis.

De hecho, Costa Rica le permitió realizar inesperadamente este gran anhelo que tenía desde niño: ayudar a las personas, acompañarlas y estar cerca de ellas a través de su labor misioner