Stefano Corti nació en Lomazzo, en la provincia de Como, en 1753.
Estudió gramática, filosofía, botánica, farmacia, química y mineralogía en Milán, para luego obtener su título en Medicina en la Universidad de Pavía.
En 1781 se trasladó a Génova y poco después se embarcó hacia Barcelona, donde tuvo un gran éxito como médico. Sin embargo, con el tiempo comenzó a entrar en conflicto con el entorno local, debido a su asociación con ciertos delincuentes para la explotación de pacientes. Fue acusado de charlatanería, fraude y de ser un médico interesado, acusaciones que él mismo atribuía, en su defensa, a la envidia de los médicos locales incapaces de soportar su competencia.
Entre 1786 y 1789, y para complicar aún más su situación, fue sometido a diversas acusaciones por parte del Santo Oficio debido a su vida licenciosa y por prácticas supersticiosas y contrarias a la fe. Buscando protección, Corti se dirigió al Embajador Italiano Greppi y se trasladó a Madrid, donde tuvo la oportunidad de conocer a don José Vásquez y Téllez, recientemente nombrado gobernador de Costa Rica, quien le propuso acompañarlo en su nueva carga.
Después de la salida de Cádiz y una breve parada en Cartagena, Colombia, ambos se establecieron en Cartago en noviembre de 1790. Allí, Corti rápidamente obtuvo un gran éxito como médico, tanto que fue considerado el primer profesional con una verdadera formación médica en llegar a Costa Rica.
A pesar de esto, su vida disoluta, sus numerosas relaciones amorosas, a veces con mujeres casadas, su lenguaje poco ortodoxo y la innegable envidia de los médicos locales, perturbados por su indiscutible habilidad, llevaron a una serie de denuncias y acusaciones que proporcionaron al Santo Oficio la base para iniciar una investigación, comenzada en septiembre de 1791 y culminada con 24 graves cargos.
En 1794, tras la confiscación de sus bienes, que atestiguaban el éxito de su actividad profesional desde el punto de vista económico, Corti fue arrestado y encarcelado en las prisiones de Cartago. Las autoridades ordenaron su traslado por tierra hacia Ciudad de México, donde debía ser juzgado. El viaje duró casi un año, con diferentes paradas en ciudades de América, durante las cuales Corti logró ganarse la simpatía de las autoridades y de la población local gracias a sus habilidades médicas, ejerciendo su profesión de manera informal y ganando el apoyo de varios ciudadanos que se movilizaron para que el médico pudiera permanecer en sus ciudades.
Sin embargo, las autoridades eclesiásticas mantuvieron una posición inflexible, insistiendo en que fuera trasladado inmediatamente bajo la jurisdicción de la Inquisición de Nueva España.
Finalmente, llegado a Ciudad de México en junio de 1795, fue inmediatamente encarcelado.
Después de siete meses de detención, el 29 de febrero de 1796 se presentó una acusación formal, ampliada a 88 cargos, en la que, entre otras cosas, se le definía como seguidor de Voltaire y Rousseau, aunque él ignoraba sus escritos.
Gravemente enfermo, Corti fue sometido a un tétrico ritual: vestido con “traje de penitente, soga al cuello, mordaza en la boca, capucha cónica (coroza) y sambenito con una cruz en forma de X”. Finalmente, fue condenado al exilio permanente de las Américas, a un traslado a España y a una detención de ocho años en una prisión en África. Debido a sus pésimas condiciones de salud, se le concedió permanecer temporalmente libre, pero confinado en el Convento de los Carmelitas en Puebla.
En 1797 fue embarcado desde Veracruz con destino a España, pero debido a los conflictos bélicos de la época, el barco hizo escala en La Habana. Allí permaneció durante varios años, al menos hasta 1802, continuando su práctica médica pero manteniendo comportamientos blasfemos y de mujeriego.
Nuevamente requerido por la Inquisición, desapareció misteriosamente la noche antes de su regreso a Europa.
Circularon varias versiones sobre su destino: “Se decía que el célebre Corti nunca había salido de la isla, permaneciendo escondido en un ingenio”, pero la versión más creíble parece ser la contenida en el informe del ridiculizado doctor Elosúa, que escribe: “Se sabe que el fugitivo se encontraba en la isla de Providencia, posesión inglesa en el Canal de las Bahamas, desde donde continuaba prescribiendo a los pacientes locales y también a sus clientes de La Habana”.
El historiador costarricense Ricardo Fernández Guardia verificó que Corti murió en Filadelfia, en los Estados Unidos de América, en 1825.
Independientemente de su vida personal, Corti fue un médico de gran relevancia para Costa Rica. Hombre dotado de amplios conocimientos en medicina, física y botánica, fue un atento observador de los fenómenos naturales y de la flora americana, que estudió con dedicación y rigor. Hizo conocer en Costa Rica las virtudes curativas de muchas plantas.
Diagnosticó la lepra (enfermedad de Hansen) en el país, llevando a cabo varios experimentos para curarla o detener su contagio, aunque no logró ninguno de los dos intentos.
Activo en su profesión y apasionado lector, la tradición transmitida nos ha dejado relatos más o menos verídicos sobre las “extraordinarias” curaciones que realizó. En tiempos de gran ignorancia, sus éxitos contribuyeron a que se le considerara un mago y un hechicero.
Posteriormente, obtuvo prestigio también fuera de Costa Rica, siendo solicitado, buscado y asediado como un profesional de antigua fama, gracias a la larga serie de éxitos en el campo médico.
